Por Roberto Sepúlveda. La
figura y función del padre dentro del desarrollo de la infancia y la
adolescencia fueron, durante muchos años, temas que recibieron escasa
atención por parte de los investigadores en ciencias psicológicas. Sólo
desde la década de los años 80 y 90 ha habido mayor interés, pero aún
son muchas las interrogantes que giran en torno a la influencia del
papel contemporáneo en la construcción de la identidad
y como figura de apego, entre otras variables que inciden en el
desarrollo normal de la personalidad.
A
pesar de lo anterior, las investigaciones concluyen en líneas generales
que la presencia de la figura y función paterna dentro de la dinámica
familiar ofrecerían a los niños y niñas, la probabilidad de tener
menores problemas de conducta, un mejor funcionamiento
social/relacional, junto a un mayor desarrollo del lenguaje,
auto-regulación emocional y funcionamiento cognitivo, dándose éstos
independiente
de la participación materna en la crianza.
Sin
embargo, dentro del contexto cultural actual, se sabe que el papel del
padre se encuentra en una profunda redefinición de sus funciones
clásicas, especialmente como figura de autoridad. Antaño en ésta
recaían las tareas particulares de proteger, proveer y brindar seguridad
a la familia.
Las
razones para este cambio son múltiples, entre otras, el incremento en
la formación educativa y laboral de la mujer, los cambios en la
división laboral en los hogares, mayor interés y participación del
padre en el desarrollo socioafectivo de los niños/as, modificaciones en
las dinámicas familiares, junto a cambios en la forma de construcción
de los vínculos sexuales y amorosos en la pareja.
Aparece
entonces un nuevo modelo de padre, el que ha sido conceptualizado por
el psicoanalista J. Milmaniene como un padre maternizado.
Este
nuevo padre se ha acercado a las funciones psicológicas y de cuidado
físico que fueron desempeñados casi de forma exclusiva por la figura
de la madre. Esto, siendo beneficioso tanto para pareja como para los
niños y niñas, tiene el inconveniente que ellos aparezcan en la
actualidad siendo criados y educados sólo por una función psicológica de
forma predominante, como es la materna.
Una
de las consecuencias relevantes es que el padre por sí mismo y su
impronta en la construcción de la mente ya no sean en la actualidad
un modelo de identificación digno y válido para apropiarse de él,
provocando un fracaso en la construcción de la subjetividad del
individuo, al romperse el delicado equilibrio que tiene la relación
entre el deseo y la ley.
Lo
anterior quiere decir que la función de corte, del cordón umbilical
psicológico entre la madre y el bebé, ya no está claramente definido
a quién corresponde realizarlo, dado lo cual es posible que el sujeto
actual tenga muchas dificultades para salir de la órbita materna y
acercarse al mundo social de forma más madura y equilibrada. Aquello
podría generar, en el futuro, impactos sociales insospechados,
dada esta nueva forma de guiar la construcción del individuo.
Roberto Sepúlveda Yévenes
Universidad San Sebastián
Académico de Psicología