No sólo la socialdemocracia que antes fracasó en buena parte de Europa parece aferrarse al nuevo líder como una tabla de salvación. También lo hacen todos aquellos que ven cómo el sistema de protección social lentamente construido en el Viejo Continente ha empezado a desmoronarse, luego de los duros ajustes hechos por la Unión Europea pero sostenidos por la canciller alemana, Angela Merkel, y por el derrotado por Hollande, Nicolás Sarkozy.
Ciertamente, el caso de Francia es especial y no sólo por los aspectos simbólicos e históricos citados por Hollande. Este país es la segunda economía más fuerte de la zona euro y un bastión de resistencia del Estado de Bienestar, donde entre otras rarezas para países como el nuestro se propicia la vida digna a los cesantes y artistas, mientras los 65 millones de franceses que componen el poderoso sector público trabajan 35 horas semanales. Ronda la pregunta entonces de si el nuevo presidente logrará salvarlo o hundirá aún más en el descrédito histórico a su sector, del cual por el momento son excepción los socialdemócratas escandinavos.
De Hollande se sabe que es un dirigente moderado y pragmático, del cual no serían esperables medidas como las tomadas desde 1981 por Miterrand, el primer socialista en dirigir la República luego de la Segunda Guerra Mundial y que, entre otras decisiones, ordenó la nacionalización de la Banca. Su problema es de otra naturaleza: por decirlo de alguna manera, deberá gestionar las acreencias de sus correligionarios del continente y las de su antecesor en el cargo, que entrega una Francia sin triple A, con una deuda pública del 89% del PIB, con un aumento en la cesantía de un millón de personas y un crecimiento anual de sólo 1%.
Pero no sólo de políticas económicas y justicia social será el desafío. Hollande también deberá lidiar con el miedo colectivo al otro, al distinto, gracias al cual se ha alimentado a una ultraderecha europea que crece elección a elección, como se pudo apreciar este fin de semana en Grecia. Habiendo sido tan políticamente insustanciales los años de Sarkozy, otra pregunta que ronda a Hollande es si después de un eventual fracaso volverá a Francia la derecha, o bien habrá que esperar que la amenaza fantasma se materialice en la ultraderecha bien articulada de Marine Le Pen.
Veremos si ese nuevo cuadro será suficiente para reponer los tintes keynesianos borrados del mapa europeo en los últimos años. Y si de esa manera se honrará de algún modo, como lo prometió Hollande, el legado del La Libertad Guiando al Pueblo de la pintura de la Delacroix.
Fuente: Radio U. de Chile